sábado, 27 de junio de 2015

Los jóvenes como investigadores de la lectura


 
Desde el inicio del proyecto quisimos despertar en los participantes la curiosidad por la lectura, no en el sentido de motivarlos a leer (aunque confiábamos en que esto podría suceder), sino en el sentido de animarlos a reflexionar sobre las prácticas lectoras y cómo se han transformado en las últimas décadas. Como ya dijimos, nuestro objetivo era investigar este tema mediante la creación de un espacio para compartir experiencias y reflexiones acerca de la lectura. Partiendo de sus “Ríos de lectura” (ver entrada del 9 de diciembre 2014), platicamos con los alumnos sobre lo que “cuenta” y lo que no “cuenta” como lectura, sobre todo desde la perspectiva de la escuela. Hablamos también de la lectura de otros miembros de la familia, de niños pequeños y de amigos. Discutimos sobre la literatura “juvenil” y nos hicimos preguntas respecto a la lectura en pantalla, tanto de libros como de distintos textos generados por las redes sociales virtuales y también sobre la manera en que otros medios visuales como las películas o los videojuegos invitan nuevas formas de lectura.

Ya entrados en el proyecto les pedimos que nos ayudaran a llevar a cabo entrevistas sobre el tema de la lectura. La idea era que de esta manera ellos podrían “adueñarse” un poco más del proyecto y participar, no como sujetos, sino como investigadores. Existe cada vez más literatura sobre métodos participativos de investigación con jóvenes (por ejemplo, Alderson 2008; Kellet 2005 & 2011; Powers &Tiffany 2006) que enfatiza la importancia de involucrarlos de manera que realmente sea una experiencia significativa para ellos.  En nuestro caso, intentamos que así fuera, aunque sólo fuera una pequeña parte del proyecto general dado el tiempo limitado que teníamos. Lo ideal hubiera sido concebir todo el proyecto desde el principio con el grupo de jóvenes pero esto fue posible en esta ocasión. Sin embargo, por breve que haya sido esta actividad, consideramos que fue un pequeño avance en un contexto donde normalmente no se toman en cuenta la agencia y las voces de los jóvenes y, como ya hemos dicho, donde la balanza del poder se inclina casi totalmente hacia el adulto (ya sea maestro o investigador). En otras palabras, este fue un intento piloto para mostrar el potencial que puede tener una aproximación más participativa (y que además podría adaptarse fácilmente como actividad pedagógica en el aula).

Para comenzar la sesión, les recordamos a los alumnos cuáles eran los objetivos del proyecto y les explicamos en qué consiste el proceso de una investigación (recabar datos, hacer análisis, llegar a conclusiones, publicar y difundir resultados…). Enseguida, los invitamos a ayudarnos con la investigación tomando un papel más activo aunque también les pedimos que tomaran en serio la actividad, ya que implicaba un nivel elevado de responsabilidad y de conducta ética. Tendrían que diseñar las preguntas en grupos, apoyados por la investigadora, y luego cada uno entrevistar a una persona conocida, mayor de 18 años. Primero tendrían que explicarle de lo que se trataban el proyecto y la entrevista y obtener su permiso. Todos aceptaron la invitación y se mostraron sorprendidos e intrigados con la idea, obviamente era algo novedoso para todos ellos ser considerados como parte del “equipo”, además de que se entusiasmaron con la idea de usar las mini-grabadoras.

No hay lugar aquí para entrar en detalle sobre el diseño de las preguntas pero basta decir que el simple hecho de decidir qué preguntas hacer y cómo, llevó a conversaciones importantes sobre los objetivos, temas y expectativas del ejercicio y sobre algunas consideraciones éticas. Por ejemplo, surgió la cuestión de que no todo mundo sabe leer pero que hacer la pregunta “¿sabes leer?” a quemarropa podría incomodar a algunas personas; así es que un grupo decidió que era mejor comenzar por preguntar si le gustaba leer, “para que no se sienta ofendido”, como dijo Rodrigo.  Otra discusión interesante surgió entorno a una pregunta sugerida por Alma, “¿De dónde es?”, ya que sus compañeros opinaron que no tenía que ver con la lectura. Sin embargo, Alma persistió, “Puede que (en otros lugares) haya otra diferente forma de leer los libros…”

En las listas finales de cada grupo, se incluyeron preguntas relacionadas a preferencias en cuanto a formato de lectura (“computadora, tablet, celular o libro físico”) y también relacionadas a opiniones sobre los cambios en la lectura. Las respuestas a esta última pregunta resultaron muy interesantes, ya que el rango de edad de los entrevistados fue entre 18 y 70 años. Por ejemplo, ésta fue la respuesta de una maestra de secundaria de 32 años:

Lucio: ¿Qué opina de cómo ha cambiado la lectura desde que era pequeña o joven?

No sé si la lectura haya cambiado, pero lo que sí puedo notar es que ahora los jóvenes creo que leen todavía un poquito más a diferencia de cuando yo estaba en esa edad, yo no recuerdo haber tenido un solo maestro en primaria o en secundaria que me hayan tratado de inculcar el hábito de la lectura. Sin embargo como vengo de una familia de maestros, pues siempre estuve cerca de los libros, y aun así no tengo completamente ese hábito, a veces por falta de tiempo, por falta de interés, pero yo creo que los jóvenes ahora sí están leyendo un poquito más, quizás no los libros que deberíamos de leer, pero sí lo están haciendo.

Tras hacer las preguntas diseñadas por su grupo, Lucio continuó la entrevista por su propia iniciativa, agregando nuevas preguntas:

¿Leer un libro le ha ayudado a seguir adelante en su vida cotidiana, ante sus problemas y adversidades que ha tenido?

Si pudiera hacer un libro, ¿qué le gustaría plasmar en él?

Si tuviera la oportunidad de decirle a un joven cómo cambiar su vida, en parte de un libro, ¿qué libro le recomendaría para que cambiara su vida?

No sólo aprendimos todos al leer las respuestas, sino también aprendimos acerca de las preguntas mismas que los jóvenes investigadores formularon.

Casi todas las entrevistas resultaron demasiado cortas como para hacer un análisis a fondo y en realidad no eran suficientes como para hacer generalizaciones (además de que hubo algunos problemas técnicos con las grabadoras). Sin embargo, el rango de edades sí nos permitió, junto con los alumnos, entrever algunas diferencias entre las distintas generaciones. Por ejemplo, fue fascinante saber que La Ilíada fue el primer libro que un señor de 69 años, un campesino en el Estado de Morelos recordaba leer y esto generó discusión en torno a la lectura de los “clásicos”. Pero lo más importante de esta actividad no fue la información que los jóvenes investigadores obtuvieron de las entrevistas sino el hecho de que se convirtieron en agentes más activos, más curiosos y conscientes del tema que abordamos junto con el hecho de sentir que su contribución eran valorada y sería parte del proyecto de investigación general.

 

Referencias

Alderson, P. (2008) Children as researchers: participation rights and research methods. In: Christensen P and James A (eds) Research with children: perspectives and practices. London: Routledge, 276-290.

Kellett, M. (2005) ‘Children as active researchers: a new research paradigm for the 21st century?’ ESRC National Centre for Research Methods, NCRM/003 www.ncrm.ac.uk/publications

Kellett, M. (2011). Engaging with Children and Young People. Centre for Children and Young People Background Briefing Series no.3., Lismore: Centre for Children and Young People, Southern Cross University.

Power, J. L. &Tiffany, J. S. (2006) Engaging Youth in Participatory Research and Evaluation, Journal of Public Health Management & Practice 12 (6), S79 - S87.  http://www.nursingcenter.com/journalarticle?Article_ID=676564

 

domingo, 7 de junio de 2015

Buenas preguntas para la investigación sobre lectura y respuesta lectora


 
                                          Mural pintado por estudiantes sobre un muro escolar

En el proyecto “Transformaciones Lectoras” nos encontramos comenzando  una fase de análisis más profundo de las conversaciones que tuvimos con los estudiantes sobre sus prácticas lectoras y sobre la manera en que construyeron los significados en la lectura de los tres libros. La re-lectura de las transcripciones me ha llevado a reflexionar sobre la manera en que hacemos preguntas cuando trabajamos con jóvenes y sus lecturas y sobre las preguntas mismas. Todos sabemos el valor de una buena pregunta y aunque a continuación me refiero sobre todo al papel que juegan las preguntas en una investigación, creo que la reflexión puede ser relevante también para maestros, bibliotecarios, padres de familia y cualquier persona que actúa como medidor entre libros y lectores.

Desde la época socrática, los filósofos han empleado la pregunta como base para estimular al pensamiento libre y crítico; incluso la “Filosofía para niños” es un método que se centra en la comunidad de indagación donde, entre otras cosas,  los participantes aprenden a formular buena preguntas. El preguntar tiene muchas funciones: en el caso de la investigación tiene que ver con la inquietud medular que impulsa el proyecto y con obtener información de los participantes; en el caso de la pedagogía, tiene que ver (o debería tener que ver) con estimular el razonamiento y la reflexión. Por lo tanto, una investigación ética en un contexto educativo tiene que considerar el impacto de la investigación en cuanto a la pedagogía y es por esto que  nuestro proyecto “Transformaciones lectoras” se basó en la idea de talleres en donde se estimula el diálogo colectivo en vez de las entrevistas formales y en el uso de preguntas (y estrategias visuales) que tienen un potencial educativo. Quizá parezca obvio pero es fácil tomar por sentado el hecho de que en los contextos educativos tradicionales es el adulto quien tiene el “derecho” a hacer preguntas y el niño o joven, la “obligación” de responder - y de cierta manera. 

En una investigación académica también existe este desequilibrio de poder, no sólo porque los investigadores son adultos trabajando con el permiso de las autoridades relevantes, sino también porque normalmente tienen cierto nivel académico y están respaldados por una universidad. Los jóvenes pueden sentirse obligados a contestar las preguntas y, quizá, a contestar lo que creen que el investigador  quiere escuchar. Por el contrario, algunos se resisten a decir lo que realmente piensan o a participar, como una forma de rebeldía ante ese poder y jerarquía. Cualquier maestro o mediador reconoce esta situación, ¡incluso cualquier padre o madre de un adolescente! Si sumamos a esta situación el impacto de los métodos didácticos tradicionales que asumen que hay una “verdad” por descubrir por medio de la pregunta y la existencia una respuesta “correcta”, el resultado puede ser un contexto que disuade a los participantes a compartir la información que buscamos y mucho menos sus pensamientos e ideas. Es por ello que es importante no sólo la preparación del espacio sino también de las preguntas que de alguna manera intenten compensar ese desequilibro de poder y crear, dentro de los límites, una situación dialógica más democrática y auténtica.

Se han escrito muchos libros sobre cómo llevar a cabo investigaciones cualitativas éticas que toman en consideración las voces de los participantes e inclusive avocan métodos más participativos. También se ha escrito mucho sobre cómo formular preguntas productivas, ya sea para entrevistas o para grupos de enfoque. Cuando se hace una entrevista formal, en una investigación empírica y cuantitativa, normalmente las preguntas se concretan con poca flexibilidad y en cierto orden. En una investigación cualitativa también se formulan con cuidado pero con más flexibilidad. Sin embargo, cuando se trata de invitar a un niño o joven a hablar sobre una obra literaria (sea libro álbum, novela o poesía), las preguntas tienen que ser aún más fluidas ya que estamos intentando indagar sobre un proceso no sólo cognitivo sino muy personal (en nuestro libro sobre la respuesta lectora al libro álbum, publicado en 2003, Morag Styles y yo escribimos sobre este tema y en la nueva versión del libro que acabamos de completar, ponemos especial hincapié en este tema porque hemos visto muchas otras investigaciones, algunas hechas por nuestros alumnos de maestría y doctorado, que han comprobado lo importante que es hacer buenas preguntas). Si se aplican preguntas objetivas y cerradas como suele hacerse en el aula escolar, no podremos aprender nada sobre un acto tan único e íntimo como lo es el acto de la lectura.

Además de hacer lo posible por crear un espacio acogedor para los alumnos que participaron en los talleres (en un sentido psicológico, ya que nos encontramos limitados en cuanto a espacios físicos), creamos preguntas para estimular su interés en el proyecto mismo y por lo tanto también para intentar integrar una imagen más completa sobre sus actos de lectura. Por ejemplo, les preguntamos si pensaban que los libros y la lectura todavía eran importantes en el mundo digital y cómo la tecnología nueva ha afectado sus prácticas y preferencias, o qué harían ellos para estimular la lectura entre sus compañeros. Entre otras cosas, les preguntamos sobre el papel que para ellos juega la imagen en comparación con la palabra en los textos leídos, sobre la empatía que sentían o no por los personajes y sobre finales y personajes ambiguos. 

No hay espacio aquí para escribir sobre sus respuestas pero sí quiero mencionar cinco puntos acerca de hacer preguntas que surgieron una y otra vez y que me han enseñado mucho sobre la creación de un espacio para la investigación. Primero, he aprendido que hay que tolerar el silencio ante una pregunta. Cuesta mucho trabajo no intentar llenar esos silencios porque a veces parecen eternos, pero si recordamos que a todos nos cuesta ordenar nuestros pensamientos antes de contestar una pregunta, con más razón tenemos que ser pacientes. Segundo, realmente hay que ceder la palabra. Dado que el tema o el libro nos entusiasman, es fácil tomar la palabra y quedárnosla y hasta responder a nuestras propias preguntas. Tercero, al menos que haya una intención específicamente pedagógica en la investigación, hay que evitar el impulso a “enseñar” ya que, por un lado, esto remite a las jerarquías y por otro, de la lectura y la conversación entre todos aprenderán bastante. Cuarto, hay que prestar atención a las preguntas que los participantes hacen, aun cuando de momento no nos parezcan relevantes, tienen una razón de ser aunque no la veamos de inmediato. Finalmente, he aprendido que las buenas preguntas conducen a los participantes a crear sus propias buenas preguntas y es precisamente el momento de hacer sus preguntas cuando comienza un verdadero diálogo y la balanza de poder se inclina un poco hacia el equilibrio.
E Arizpe